domingo, 27 de abril de 2014

MUJER RURAL: PILAR PARA LA SEGURIDAD
 
ALIMENTARIA E INCLUSIÓN SOCIAL

 
El Perú ha sido bendecido con una rica variedad biológica, ecológica y cultural, y éstas dominan nuestras áreas rurales del país. Las personas que habitan estas regiones; sobre todo las mujeres, conviven y hacen uso de estos recursos, y constituyen los entes activos que permiten beneficiarse de los mismos, para mejorar la calidad de vida en los pueblos. Las mujeres rurales son las protagonistas activas del uso adecuado y calculado de los recursos, y la preservación de las manifestaciones culturales. Son ellas, las agentes encargadas de asegurar la reproducción y la vida en los espacios rurales, y por tal labor necesitan del apoyo mancomunado para salir de su precaria situación en la que se encuentran.
 
El rol primordial que cumple la mujer rural en el mundo, reviste vital importancia para el desarrollo sostenible de sus familias, comunidades y países. Su arduo trabajo desde el campo, contribuye sobre todo a la seguridad alimentaria y desarrollo rural. Cuando nos referimos al tema de la mujer rural, tendemos comúnmente asociarla con las actividades agrícolas, y por lo tanto, a ellas conocerlas como “agricultoras”. Esta asociación es evidente en el mundo y el Perú. Son las mujeres rurales, los motores que mueven las actividades agrícolas, pecuarias y familiares en sus pueblos, pero muy pocas veces este esfuerzo es reconocido y valorado; infravalorando, subestimando e “invisibilzando” la labor que cumplen.
 
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), las mujeres rurales producen más del 50% de los alimentos en el mundo, y en América del Sur esta proporción varía entre el 30 y 40%; de esta población, el 70% corresponde a mujeres rurales, cuya principal actividad es la agricultura. A pesar de ser “gestoras” de los recursos agrícolas y ecológicos, su limitado acceso a los mismos y a los procesos en la toma de decisiones, aumenta su vulnerabilidad y las posiciona subordinadamente dentro de las estructuras sociales.
 
Éstas han asumido diversas responsabilidades como cultivar, cosechar, cazar, pescar, cargar agua, llevar leña a casa, preparar los alimentos, crianza de animales, asegurar la reproducción, contribuyen económicamente, etc. Todas estas actividades permiten que en la mesa familiar existan alimentos, gracias al esfuerzo de las madres, esposas, hermanas e hijas de las zonas rurales; pero lamentablemente, son ajenas a una educación adecuada, a un trato digno, a una apropiada asistencia médica, al acceso a los servicios y oportunidades que existen en las comunidades. Las mujeres siguen siendo la población más desfavorecida en el medio rural, son el rostro de la pobreza.
 
La población rural según el Censo 2007, asciende a 6 millones 601,869 habitantes, de los cuales 3 millones 205,434 son mujeres. Es una tarea ardua de las instituciones potenciar sus capacidades productivas y el acceso igualitario a los recursos, ya que ellas son garantía para tener seguridad alimentaria, preservación del medio ambiente y gestión eficiente de sus recursos, adecuada nutrición, uso apropiado del agua; por eso la importancia de revalorar su trabajo y capacitarlas en diversas materias de desarrollo local ya que poseen conocimientos tradicionales y modernos para la conservación e innovación de los recursos a nivel alimentario, artesanal, medicinal, agropecuario y ambiental. Cada vez más las mujeres participan en las asambleas comunales, sin embargo todavía pocas de ellas emiten opinión, y menos tienen derecho al voto en la solución de problemas comunales.
 
Según el Censo 2007 (INEI), de cada 100 mujeres, 12 son adolescentes que habitan en las áreas andinas, selváticas y poblaciones marginales de Lima. Muchas de ellas son madres, con problemas económicos y nutricionales, concentrándose en las regiones de la selva. La inasistencia y/o deserción a los centros educativos se debe a la edad fértil, la nupcialidad temprana, el embarazo adolescente, problemas económicos y resistencias culturales. Si tuvieran mejor educación mejorarían el valor nutritivo de los alimentos.
 
La migración del campo a la ciudad, que resulta eminentemente masculina, está conllevando a que las mujeres rurales adopten otras responsabilidades, muchas veces agravando su situación de pobreza debido a que luchan por mantener a los hijos e hijas y se hacen cargo del cuidado de las chacras y animales. Lo positivo de esta situación es que  los hogares son liderados por la mujeres y por ende refuerzan su posición como agricultoras, productoras y partícipes activas en el desarrollo familiar y comunal.
 
Actualmente es necesario proteger en la mujer rural, sus derechos de propiedad intelectual del conocimiento, arte y diseño indígena, y asegurar que sus comunidades indígenas sean insertadas en el mundo de la globalización a través de la capacitación en exportación, acceso a los mercados, acceso a programas de apoyo a la exportación; todo ello, sin explotar los conocimientos tradicionales y modos de vida. Como mencionamos anteriormente, la mujer rural es la principal “depositaria” de los conocimientos tradicionales y autóctonos de nuestros pueblos andinos, amazónicos y costeños.
 
La mujer rural es el pilar para que la familia y comunidad cuenten diariamente con los alimentos respectivos y aseguren el bienestar de sus integrantes. Por eso desde el Estado y las organizaciones privadas, tenemos que revalorar y “visibilizar” el aporte de la mujer rural para el desarrollo local y nacional dentro del marco de la inclusión social.
 

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